Leía hace poco El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Un texto corto y de rápida lectura pero que debe ser procesado con la lentitud que merece.
Viktor Frankl, psicólogo, judío y austríaco (las tres características determinan sin duda su obra) sobrevivió a los campos de concentración desde 1942 hasta su liberación en 1945. De aquella vivencia surge esta lectura que, además de ser eterna por las circunstancias, se muestra necesaria por el contenido. Ayer, hoy y, seguro, en el futuro.
Más allá de los ejemplos concretos con los que el autor trata de ejemplarizar sus propuestas, llama la atención su profunda aceptación del sufrimiento y la constante defensa que Viktor hace de éste, o más bien de si inevitabilidad, así como de la necesidad de aceptarlo y, lejos de sentirlo como algo ajeno a la vida, abrazarlo como una circunstancia vital más, necesaria al fin y al cabo para la formación de la persona. Y digo que llama la atención porque colisiona estrepitosamente con la idea actual del estado de felicidad absoluta que se pretende estos días. Entrar en Instagram o en TikTok (reconozco que no uso esta última, pero vivo en este mundo), es asomarse a un mundo de felicidad fingida, una alegría impostada que reside, o al menos a mí me lo parece, en una suerte de mundo paralelo, como si de otro universo se tratara.
El sufrimiento y el dolor, forman parte de la vida, de lo cotidiano. Es nuestra actitud ante las adversidades, nuestro ánimo de querer ser, lo que determina nuestra esencia, nuestra existencia. No se trata de que sea fácil, no lo va a ser; simplemente es, debe ser. Aquí se puede hablar del lugar común: uno debe hacer lo que debe hacer. Y en ocasiones dolerá y sufriremos. Porque la vida no es, no puede ser, una coreografía de TikTok. Pero es en esa ocasión, en ese momento de dificultad, donde determinamos qué queremos ser y cómo queremos serlo.
Apuesta Viktor Frankl por un sentido de la vida que está lejos de ser una expresión de un objetivo vital único sino que, al contrario, encuentra su sentido en las acciones del día a día: “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta que se encuentra”.
La libertad reside en la capacidad de elección, independientemente de la situación, que posee el ser humano. De este modo lo resume el autor: “Los supervivientes de los campos aún recordamos a los hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fueron muchos, pero esos pocos son una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana —la libre elección de la acción personal ante las circunstancias— para elegir el propio camino”.
Es aquí donde se encuentra, pues, el sentido: en la capacidad de elección incluso en las peores condiciones. Es en este preciso instante, que son todos los instantes, donde debemos ser capaces de escoger el camino que queremos seguir ante la circunstancia que se nos presenta. Y será de ese modo una decisión libre.
El sufrimiento, el dolor ante cualquier obstáculo en el camino, es parte del juego y nosotros debemos elegir la manera de afrontarlo. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. El mismo ser humano que acaba con una vida es capaz de salvar otra. Es solo una cuestión de una decisión libre en un instante determinado: “¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración”.
De nosotros depende, por tanto, encontrar el sentido en medio de este ruido constante. Podemos construir o destruir. La elección es nuestra, es el sentido de nuestra vida.