miércoles, 21 de diciembre de 2022

El hombre en busca de sentido

Leía hace poco El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. Un texto corto y de rápida lectura pero que debe ser procesado con la lentitud que merece.



Viktor Frankl, psicólogo, judío y austríaco (las tres características determinan sin duda su obra) sobrevivió a los campos de concentración desde 1942 hasta su liberación en 1945. De aquella vivencia surge esta lectura que, además de ser eterna por las circunstancias, se muestra necesaria por el contenido. Ayer, hoy y, seguro, en el futuro.


Más allá de los ejemplos concretos con los que el autor trata de ejemplarizar sus propuestas, llama la atención su profunda aceptación del sufrimiento y la constante defensa que Viktor hace de éste, o más bien de si inevitabilidad, así como de la necesidad de aceptarlo y, lejos de sentirlo como algo ajeno a la vida, abrazarlo como una circunstancia vital más, necesaria al fin y al cabo para la formación de la persona. Y digo que llama la atención porque colisiona estrepitosamente con la idea actual del estado de felicidad absoluta que se pretende estos días. Entrar en Instagram o en TikTok (reconozco que no uso esta última, pero vivo en este mundo), es asomarse a un mundo de felicidad fingida, una alegría impostada que reside, o al menos a mí me lo parece, en una suerte de mundo paralelo, como si de otro universo se tratara.


El sufrimiento y el dolor, forman parte de la vida, de lo cotidiano. Es nuestra actitud ante las adversidades, nuestro ánimo de querer ser, lo que determina nuestra esencia, nuestra existencia. No se trata de que sea fácil, no lo va a ser; simplemente es, debe ser. Aquí se puede hablar del lugar común: uno debe hacer lo que debe hacer. Y en ocasiones dolerá y sufriremos. Porque la vida no es, no puede ser, una coreografía de TikTok. Pero es en esa ocasión, en ese momento de dificultad, donde determinamos qué queremos ser y cómo queremos serlo.


Apuesta Viktor Frankl por un sentido de la vida que está lejos de ser una expresión de un objetivo vital único sino que, al contrario, encuentra su sentido en las acciones del día a día: “No hay nada en el mundo que sea tan capaz de consolar a una persona de las fatigas internas o las dificultades externas como el tener conocimiento de un deber específico, de un sentido muy concreto, no en el conjunto de su vida, sino aquí y ahora, en la situación concreta que se encuentra”.


La libertad reside en la capacidad de elección, independientemente de la situación, que posee el ser humano. De este modo lo resume el autor: “Los supervivientes de los campos aún recordamos a los hombres que iban a los barracones a consolar a los demás, ofreciéndoles su único mendrugo de pan. Quizá no fueron muchos, pero esos pocos son una muestra irrefutable de que al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad humana —la libre elección de la acción personal ante las circunstancias— para elegir el propio camino”.


Es aquí donde se encuentra, pues, el sentido: en la capacidad de elección incluso en las peores condiciones. Es en este preciso instante, que son todos los instantes, donde debemos ser capaces de escoger el camino que queremos seguir ante la circunstancia que se nos presenta. Y será de ese modo una decisión libre.


El sufrimiento, el dolor ante cualquier obstáculo en el camino, es parte del juego y nosotros debemos elegir la manera de afrontarlo. El ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. El mismo ser humano que acaba con una vida es capaz de salvar otra. Es solo una cuestión de una decisión libre en un instante determinado: “¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una oración”.


De nosotros depende, por tanto, encontrar el sentido en medio de este ruido constante. Podemos construir o destruir. La elección es nuestra, es el sentido de nuestra vida.

domingo, 17 de julio de 2022

Lo olvidaremos

Lo olvidaremos todo, o tal vez no queramos recordarlo. Quizá es que no nos importa, nunca nos importó, aunque cueste reconocerlo. O nos importó en la justa medida en la que nos afectaba o creíamos que nos podía afectar. En cualquier caso lo olvidaremos, más tarde o más temprano lo olvidaremos. Lo que sea que esté ocurriendo dejará de ocupar espacio en el telediario, ya no será portada de los periódicos y ni siquiera merecerá un comentario en una red social. Desaparecerá de la sección de tendencias o de los trending topics, si lo prefieres. Pero ya no existirá. Mejor dicho, ya no ocupará ni un segundo de nuestra atención.

Sé que aún no he mencionado qué es eso que olvidaremos, al menos no de forma explícita. Quizá no haga falta mencionarlo, al fin y al cabo ya está olvidado.

Leía hace unas semanas que la OTAN había votado a favor de la entrada de Finlandia y Suecia en el organismo militar. Todos unidos contra el enemigo común. Y fue entonces cuando pensé que esto también lo olvidaríamos. Que sólo nos acordaremos de la guerra entre Rusia y Ucrania en la medida en la que nos afecte directamente. Es problema de otro, es su problema. Pobres ucranianos y todo eso. De vez en cuando una bandera amarilla y azul en el balcón o en la esquina de la pantalla de la televisión, como para recordarnos que eso sigue estando ahí. Pero poco más. Bastante tengo yo con la inflación y con el precio del hotelito en Benidorm, que me va a salir carísimo lo de plantar la sombrilla en la orilla. Este año nada de comer en el chiringuito, que menudos precios. ¿De qué estábamos hablando?

Los incendios, comentábamos lo de los incendios. Hoy la prensa coloca en portada los incendios que asolan nuestros pulmones, nuestros bosques, nuestros parques naturales. Y lo analizamos mucho, lo pensamos, lo comentamos. Deberíamos limpiar los bosques, fíjate, para evitar incendios. Están descuidados, sucios. Eso arde como la gasolina. Qué desastre. Y tal vez habría que invertir más en sistemas de prevención. Y el calentamiento global, no nos olvidemos del calentamiento global. Todo esto es por el calentamiento global. ¿Qué decías de Ucrania? ¿Y qué de un virus? Ya verás tú el frío que van a pasar algunos en invierno. Ponte otra, jefe, que había un agujero en el vaso. Y unas aceitunillas, no me seas tacaño, que para lo que cobras, bien te podías estirar un poco más. ¿Qué estábamos diciendo?

¿Recuerdas cuando en España no podías bajar a comprar el pan sin que te ocuparan la casa? Qué tiempos. Yo tuve que poner una alarma para evitar que se me colaran mientras bajaba a comprar cebollas, que siempre se me olvidan para hacer el sofrito. Menos mal que luego el virus se llevó por delante a todos los ocupas, espera, que va con 'k', se dice okupas, que no te enteras. Y eso que la inflación ha pacificado Ucrania, o al menos la ha sacado de los titulares. A ver si los políticos arreglan el mundo, que me han subido la tortilla de camarones en el bar de abajo a precios insostenibles. ¿Pero de qué íbamos hablando?

Ah, sí, hablábamos de lo de la prima de riesgo; y de las pensiones; y de la subida de tipos y del maldito euríbor, vaya tela con el euríbor. Se me va a poner la hipoteca por las nubes, menos mal que al niño le han dado la beca y nos vamos a ahorrar un dinerito, porque los precios de las matrículas universitarias se han disparado. Pero eso no es nada, que ayer la suegra se puso mala y estuvimos seis horas hasta que nos atendieron en urgencias. Oye, y lo de Melilla ya está arreglado, ¿no? ¿Sabes si sigue navegando el Open Arms? Yo a este bar no vuelvo. Las patatas están rancias. ¿Qué te iba diciendo?

Bueno, a ver si llega el mundial de Catar, que el fútbol une mucho. Oye, ¿y no estaba el emérito por allí? No, calla, que está en Abu Dabi. ¿Ves? Si es que al final lo olvido todo. Qué cabeza la mía.


miércoles, 16 de marzo de 2022

Llegamos antes a la nada

De nuevo la página en blanco, el espacio infinito meticulosamente delimitado por estrictos márgenes dibujados en la pantalla de la aplicación donde escribo. No cambio el tipo de letra, ni el tamaño, ni el interlineado. No cambio nada. Ni siquiera sé si quiero o si debo cambiar algo. Qué más da. Escribo.

El brillo claro resalta demasiado sobre el fondo oscuro del escritorio y el contraste me distrae un poco. Pero sigo tratando de escribir. Es el primer día, la primera noche en realidad, que lo intento. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que rompí el blanco impoluto de la página, demasiado. Se pierde la práctica y cuesta volver. Eso es algo que ya sabía, pero a lo que jamás di importancia. Si uno no tiene nada que contar, nada que decir, no tiene sentido ensuciar este pedazo de folio digital, pensaba. Pero me equivocaba. Ahora me cuesta expresarme, me cuesta recoger todas las imágenes que rondan mi cabeza y plasmarlas sobre el papel.

Se necesita mucha práctica para hacerlo con cierto orden, con destreza; para utilizar las palabras adecuadas, en su justa medida, ni más ni menos; para que la ruptura del blanco impoluto merezca la pena y no se convierta en un atentado contra Su Excelentísima Blanquedad.

Soplan vientos raros en este quince de marzo de dos mil veintidós. La guerra ocupa el tiempo que antes ocupaba el virus, con permiso de algún desliz político. Una guerra nueva, retransmitida en tiempo real en Twitter o en Instagram, con un sabor antiguo, anacrónico, que creíamos ya olvidado, imposible. Como si un viento balcánico pretendiera invadir de nuevo el continente, ahora soplando desde Ucrania.

Todo ocurre muy rápido, todo se contabiliza en tiempo real: los muertos, los bombardeos, los tanques destruidos, los edificios devastados, las poblaciones arrasadas. Todo está en las redes sociales tan rápido que los heridos más graves no tienen tiempo de morir antes de convertirse en trending topic.

No me gusta la celeridad innecesaria. Las prisas no me permiten pensar con claridad, prestar la debida atención a los sucesos. El tiempo parece acelerado, como si la vida fuera una película reproducida a doble velocidad. Una suerte de fast forward vital que, sinceramente, no parece que nos lleve a ninguna parte. Llegamos antes a la nada.

Tal vez sea hora de bajar el paso, de avanzar despacio, de rumiar un poco más antes de deglutir. Es la época del podcast y del vídeo, de la imagen y los textos breves, de los tuits y los tik-tok. El fast food llevado al paroxismo total.

Yo prefiero la palabra lenta, sosegada, meditada. La palabra reflexionada, borrada, escrita y vuelta a borrar. Me equivocaré, seguro, pero me equivocaré despacio, tranquilo, sin la vehemencia contemporánea que parece haber invadido nuestras vidas. Y desde aquí, desde este pequeño rinconcito, mi rinconcito, reclamo la debida calma, aunque sea durante un breve instante, la justa y necesaria para parar un segundo y preguntarnos: ¿hacia dónde vamos tan deprisa? ¿Por qué corremos hacia la nada?

El hombre en busca de sentido

Leía hace poco El hombre en busca de sentido , de Viktor Frankl. Un texto corto y de rápida lectura pero que debe ser procesado con la lenti...